LA GUERRA PROVOCA
HAMBRE EN SUDÁN DEL SUR

Historias de Patrick Nicholson.
Fotos por Matthieu Alexandre, Mark Mitchell, David Mutua, Patrick Nicholson, Ilvy Njiokiktjien

“Mi cuerpo temblaba por el hambre”

dijo Julia Kefi, una viuda de 65 años que vive en Rajaf, una aldea rural en Sudán del Sur. “Así salgo a las 7:00 a.m. a buscar verduras silvestres y estoy volviendo ahora al mediodía. La comida está escaseando en el monte. Una vez que se termine, esperaremos que llegue la muerte”.

A veces Julia está demasiado débil para hacer el arduo viaje al monte.  Ella depende de ayuda de la Iglesia o de sus amigas, otras ancianas, la mayoría también viudas. “Compartimos para que todas podamos llegar al final del día”, dijo.

Rosa Iyo le ofrece un poco de papaya verde para calmar el dolor y el mareo que acompañan a un estómago vacío. Rosa es al menos 10 años mayor que su amiga, pero tiene que trabajar igual de duro. Ella cuida de su esposo, George, un refugiado congoleño de 90 años que no puede andar como consecuencia de haber sido torturado.

El viaje para encontrar sustento es peligroso por las pandillas armadas que aterrorizan a los vecinos. “Tenemos que ir por el hambre”, dijo. “Si lo matan a uno, pues hay que aceptar que ha llegado su hora. Si uno vive, es porque Dios le acompaña”.

“El hambre es lo peor…Uno pasa sin comer desde el amanecer hasta el ocaso. Hay avena para los niños, pero uno no come para que ellos puedan comer”.

Rajaf queda a 45 minutos en coche de Juba, la capital de Sudán del Sur. Es una pequeña aldea a la orilla del Nilo, dominada por una iglesia más o menos grande.

“Apenas esta semana, gente armada llegó a nuestras granjas y se lo llevó todo”, dijo Joseph Swaka Kenyi, un vecino. “Si uno va al monte a buscar leña, le pueden disparar. Una mujer fue a sus campos con sus hijos y los niños fueron secuestrados”.

Sin el dinero de la venta de leña las familias no pueden comparar comida. “El hambre es lo peor”, dijo Joseph. “Uno pasa sin comer desde el amanecer hasta el ocaso. Hay avena para los niños, pero uno no come para que ellos puedan comer”.

Se ha declarado hambruna en partes de Sudán del Sur, pero el hambre extrema está generalizada en el país. La crisis alimentaria es un cúmulo de amenazas de guerra, sequía, pobreza y colapso económico.

“El año pasado no llovió, así que la cosecha fracasó”, dijo Joseph. “Se necesita combustible para las bombas de agua para poder irrigar, pero no permiten llenar bidones porque piensan que uno se los va a dar a los rebeldes. Así que las cosechas se mueres por falta de agua, aunque estemos al lado del Nilo”.

“Las cosechas se mueres por falta de agua, aunque estemos al lado del Nilo”.

La hiperinflación agrava las aflicciones. “20 kilos de maíz cuestan actualmente 2080 SSP, el año pasado costaban 800 SSP, 13 kilos de sorgo cuestan 700 SSP, el año pasado costaban unos 2-300 SSP. El maíz ha subido de 400 a 800 SSP y el costo de molerlo de 16 a 60 SSP”, dijo.

El resultado es un hambre mordaz. “Los niños no vienen a la escuela porque están hambrientos y van a la ribera a buscar mangos”, dijo Annet Kuli Wani, maestra de primaria de la localidad. “Incluso una maestra no puede aguantar frente a la clase todo el día sin desmayarse si no ha comido nada”.

Su madre vive como refugiada en Uganda, junto con los hijos más pequeños de Annet. Annet es viuda y tiene tan sólo 28 años: “Es desgarrador estar lejos de los niños, pero mamá los cuida. ¿Qué puedo hacer?”

Además de dar clases, Annet hace voluntariado para Caritas. “Mi trabajo es identificar a familias para recibir comida. Lo hacemos para ayudar a la comunidad. Uno tiene que ayudar a su gente”. La parroquia organiza un programa de dinero por trabajo, además de darles ayuda alimentaria a los más vulnerables, los ancianos, las viudas y a las madres recién paridas.

El P. Nicholas Kiri, párroco local, dice que la comunidad no está derrotada. “Nuestras vidas parecen tristes, pero están ocurriendo cosas pequeñas, buenas”, dijo. “Hemos construido una guardería con dos aulas y un baño. Cuando los niños volvieron a sus casas no hablaban más que del baño: ‘tan brillante que uno podía ver su reflejo en él’. ¡No podían creer que algo tan bonito era un baño!”

El conflicto que fomenta el hambre en Sudán del Sur es encierra la tensión entre los pastores dinka y los agricultores sedentarios nuer o ecuatorianos; el gobierno no puede proporcionar seguridad o, a menudo, empeora la situación.

“La Semana Santa pasada, llegaron 35 hombres armados hasta los dientes y listos para matar”, dijo el P. Nicholas Kiri. Los soldados estaban reaccionando a la desaparición de unos niños dinka que se habían mudado al área recientemente. “Todos los aldeanos se escondieron en la iglesia, tenían mucho miedo”, dijo el sacerdote. “El que estaba al mando dijo: ´La gente dice que no hay ley en Sudán del Sur. Pero vean, nosotros somos la ley'”.

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“Todos los aldeanos se escondieron en la iglesia.”

Una iglesia y la casa del cacique es todo lo que queda en pie en Lobonok, una aldea a unas dos horas en coche de Juba. Los otros 365 ranchos fueron quemados durante la violencia tribal, en febrero. Cuando el ejercitó llegó a restablecer el orden, los soldados hicieron saqueos indiscriminadamente.

“Nuestra casa fue quemada. Cuando vimos que estaban matando gente corrimos a la escuela. Simplemente agarramos a los niños y huimos”, dijo Mary Joanne Guma, que tiene cinco hijos.

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Los pastores dinka fueron reubicados en la aldea en 2007, fueron ahuyentados por los vecinos y luego volvieron con armas y una actitud agresiva.

Los habitantes de Lobonok viven ahora en tiendas de campaña al lado de sus casas quemadas. Los dinka viven cerca. “Tenemos miedo de cultivar por los pastores”, dijo el jefe. “Antes uno podía hacer carbón para vender o recoger verduras silvestres, pero ahora es muy peligroso. Los adultos pueden aguantar el hambre, pero los niños no”.

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“A un niño lo mataron frente a mí. Me hubieran podido matar a mí también”, dijo Simon Lokuji, jefe de la aldea. “Los combates ocurrieron en época de cosecha. Los animales se comieron toda la comida y todo lo que estaba dentro de las casas desapareció”.

Caritas ha distribuido ayuda alimentaria, pero los recursos son escasos. “Esta es la última comida”, dijo Lily Poli, una vecina, mientras remueve una olla de frijoles que alimentarán a media docena de niños. “Tenemos que comer mañana y no sabemos qué. Le pedimos a Dios con fuerza que nos dé comida. Si no obtenemos nada para abril, moriremos”.

Caritas Internationalis está pidiendo ayuda para Sudán del Sur. “Es una emergencia grave”, dijo Yasser Elias, coordinador de emergencias de Caritas Juba.  “Si hubiera recursos disponibles yo haría una distribución general de comida y quizás de dinero para los más vulnerables.  Por ahora tenemos muy pocos recursos, pero estamos tratando de velar por la gente”.

“Esta es la última comida…Tenemos que comer mañana y no sabemos qué.”

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Sudán del Sur obtuvo la independencia de Sudán en 2011, tras décadas de guerra. La paz duró poco, en 2013 los vencedores cayeron, sumiendo de nuevo en la guerra a su país, pobre y subdesarrollado. Una enclenque tregua temporal llegó a su fin en 2016, cuando la violencia que emanaba de Juba se propagó por todo el país.

“Los combates de julio afectaron nuestra aldea. Los soldados llegaron con pistolas y tanques. Mi casa fue la primera en ser demolida”, dio Estella Roman, madre soltera con tres hijos, que vive en una tienda de campaña en el campamento para desplazados internos Don Bosco, en las afueras de Juba.

“Fue aterrador”, dijo. “Tuve que huir, pero me separé de dos de mis hijos. Empecé a llorar. Fue un gran alivio cuando los encontré, pero no tenía idea de cómo los iba a cuidar”.

En el campamento hay 500 familias que llegaron en 2013 y 700 en una nueva sección que llegaron el año pasado. Los padres de Don Bosco les dan a los habitantes del campamento comida, ayuda como artículos sanitarios y educación. Caritas Austria es uno de los donantes.

“La gente camina entre 90 y 100 km. para llegar hasta aquí, cargando a los niños en la espalda. Muchos estaban enfermos como consecuencia de dormir a la intemperie o de malaria o tifoidea”, dijo el P. Matthew Job, que ayuda a gestionar el campamento. “Nos contaron historias de violación y secuestro de niños. Les arrancaban a los bebés de los brazos. Todos habían perdido a alguien”, dijo.

Las negociaciones de paz en Sudán del Sur han avanzado muy poco. “Nunca había habido matanzas como las de ahora. Es lo peor que he visto en los 15 años que llevo aquí”, dijo el P. Matthew. “Necesitamos una conversión entre los líderes que están propagando esta violencia. La comunidad internacional debe dejar de vender armas en Sudán del Sur. Si llegamos tarde tendremos una situación como la del genocidio en Ruanda”.

“La comunidad internacional debe dejar de vender armas en Sudán del Sur. Si llegamos tarde tendremos una situación como la del genocidio en Ruanda.”

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Enyif está casi desierta. La aldea, cerca del pueblo de Torit en Sudán del Sur, es ahora apenas un conjunto de casas sin techo carbonizadas. “Mi gente se ha dispersado”, dijo Lino Manjat, jefe de la aldea. “La mayoría ha huido a Kenia o Uganda por la guerra y el hambre”.

“Sólo hay comida suficiente para tener fuerza por un día para ir a recoger más carbón para comprar comida para un día más. Si no vamos a traer madera al monte para pagar por comida, moriremos”

Unos cuantos han vuelto desde la peor parte de los enfrentamientos, a principios de este año, entre el gobierno y tropas rebeldes, aunque sigue habiendo brotes de violencia y el hambre es generalizada.

Susanna Gelasivo carga un pesado saco de carbón en la cabeza y lleva a cuestas a su bebé, Ross, de nueve meses.  Ross es la segunda de dos niños. Susanna tiene 15 años. Ella regresa del monto y va rumbo al mercado. El carbón le dará comida para un día a su familia ampliada.

“Hombres armados atacaron por sorpresa y no teníamos posibilidad alguna”, dijo. “No sabíamos qué pasará con nosotros cuando estamos en el monte, pero con la protección de Dios todo es posible”.

No hay buenas opciones.

“Sólo hay comida suficiente para tener fuerza por un día para ir a recoger más carbón para comprar comida para un día más. Si no vamos a traer madera al monte para pagar por comida, moriremos”, dijo Lino. “La gente está hambrienta”.

Basilio es el jefe de la aldea cercana de Illuhum. “Cultivamos la tierra, pero las sequías prolongadas destruyeron todas las cosechas.  Sembramos para la segunda estación, pero llegó la guerra y todos los cultivos fueron quemados y tuvimos que huir de las tierras”, dijo.

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Iler Amir es una de sus vecinas. Ella tiene que alimentar a nueve miembros de su familia.  “Lo peor es el hambre. Comemos una vez al día – hoy un poco de coco”, dijo. “Si fuera seguro, iríamos a sembrar. Hay miedo a los sicarios. O nos matan o nos hieren”. Caritas la ayudó con una distribución de frijoles, aceite, azúcar y harina de maíz.

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“Muchas personas perdieron su última cosecha por la sequía y no pudieron sembrar para la siguiente debido a la guerra. Hasta los que tienen trabajo tienen problemas porque debido a la inflación sus salarios no valen nada”, dijo William Okot, cargo de Caritas Torit

Las señales del hambre están por todos lados.  En la escuela de Santa Teresa, en Torit, la asistencia ha bajado una sexta parte debido a la crisis. Incluso los alumnos que van a la escuela se van temprano. “Los niños están en la escuela por la mañana, pero por la tarde ya se han ido porque la escuela no tiene comida para ellos”, dijo Joseph Tombe, director en funciones.

Caritas está suministrando fondos para útiles y materiales escolares, pero no cuenta con los recursos para un programa de alimentación escolar. “Muchos niños se quedan en casa – un programa de alimentación los motivará a venir a la escuela, en donde comerán y aprenderán”, dijo el maestro.

Es difícil creer que las mujeres y los niños que hacen cola en el Hospital de Torit para hacerse pruebas para ver el grado de desnutrición son los que han tenido suerte. Todos los signos del hambre extrema están ahí, visibles en los cuerpos debilitados de los niños de menos de cinco años, en sus estómagos y articulaciones hinchados, en las cabezas desproporcionadas en relación con sus frágiles extremidades.

“Los niños están en la escuela por la mañana, pero por la tarde ya se han ido porque la escuela no tiene comida para ellos”

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“La situación en las áreas rurales es aún peor por la inseguridad. No podemos llegar hasta ellos y ellos no pueden llegar a nosotros”, dijo John Isaac, director médico. “La desnutrición es fácil de tratar siempre y cuando no haya complicaciones médicas. Si vienen demasiado tarde pueden morir”.

Actualmente, el 7 por ciento de niños a los que se les hacen pruebas en el hospital para para detectar la desnutrición morirán. “El año pasado perdimos a 15 niños en un mes porque se nos acabaron los suministros”, dijo Loki Martin Lockare, una enfermera en la unidad de desnutrición. “Es frustrante, pero no hay nada que uno pueda hacer”.

Los peores casos son ingresados. “El niño mejora, pero luego vuelve”, dijo la enfermera. “Les damos información nutricional de lo que está disponible en términos de alimentos silvestres.  El problema es que no hay nada disponible. Si le damos a la madre alimentos suplementarios, ella los repartirá entre todos los niños y el mismo niño será readmitido”.

Sudán del Sur se enfrenta a una crisis humanitaria grave. Caritas está solicitando ayuda, pero también está haciendo incidencia para que se le ponga fin a la guerra. “Si uno sólo da alimentos, es ir en círculos cada vez más reducidos”, dijo el P. Joseph Logura, Secretario General de la Diócesis de Torit.

“La guerra es muy mala”, dijo. “La gente está cada vez más atemorizada. Un día habrá una masacre. Le pedimos a la gente que nos siga dando ayuda alimentaria, pero no será posible acabar con el hambre hasta que termine la guerra. Rezamos para que esta guerra termine”.